En nuestro país, se estima como
cifra confiable que hay poco más de ochenta mil Vigilantes de Seguridad en
activo, es decir, trabajando en clientes tanto privados como públicos, en todo
tipo de sectores de actividad, ocio, restauración, comercial, industrial,
transporte, sanitario, etc…
Este colectivo, al que tengo el
orgullo y satisfacción de pertenecer desde hace veinticinco años, lo formamos
mujeres y hombres que con el mejor celo posible desempeñan sus funciones, la de
proteger personas y bienes e intentar garantizar de la mejor forma el correcto
desarrollo de las actividades de sus lugares de trabajo.
El anuario estadístico del
Ministerio del Interior de 2017, el último publicado y disponible en la web del
Ministerio
,
cifra en 30.115 las intervenciones de todo tipo contabilizadas por el personal
de Seguridad Privada en ese año, estas acciones se pueden leer en la página 331
del citado Anuario, y pasan desde las relacionadas con tráfico de
estupefacientes, hurtos, delitos contra la libertad sexual, agresiones de
cualquier tipo, etc, etc….
Estas intervenciones, se
realizaron como se han hecho durante toda la vida, contra sujetos cuya
actividad y propósitos delictivos los convierten en visibles y detectables, y
se afrontan con la mejor disponibilidad posible, las más de las veces con
medios y recursos insuficientes, pero con pundonor profesional y con la
dignidad con las que cualquier persona que se precie realiza su trabajo, al
igual que la persona que atiende la panadería, la peluquería, la tienda de ropa
o cualquier actividad normal en nuestro entorno social.
Ahora, en este año 2020, en el
que una enfermedad como es el COVID-19 se ha extendido de forma global por el
planeta, en que, en nuestro país, con ciento sesenta y nueve mil cuatrocientos
noventa y seis casos confirmados y diecisiete mil cuatrocientos ochenta y nueve
fallecidos a hoy, 13 de abril, sin hacer pruebas diagnósticas que confirmen (o
descarten) que se ha pasado la enfermedad en cualquiera de sus estadíos a las
personas que pasan la enfermedad en aislamiento domiciliario, en que las cifras
oficiales dan que pensar, nuestro colectivo, al igual que muchas otras personas
de otros oficios, personal de centros comerciales, de cualquier rama del sector
de alimentación, conductores profesionales de transporte público o de
mercancías, de limpieza, del sector sanitario, cualquier ciudadano que sigue
saliendo a la calle para desplazarse a su puesto de trabajo, sin saber si va a
volver a casa siendo portador en el mejor de los casos, del virus que ha dado
un vuelco total y radical a nuestra forma de vida.
Y no es solo el riesgo de volver
con el “bicho” a cuestas, sino el poner en peligro a nuestras familias, en
especial, a nuestros mayores, que se han mostrado como el segmento de población
de mayor sensibilidad a enfermar y desgraciadamente, a fallecer.
Y digo fallecer, porque la carga
de pacientes que está soportando nuestro sistema sanitario, el más afectado por
la enfermedad, y no solo por atender a pacientes, sino porque su colectivo
profesional está enfermando a un ritmo aterrador, les ha llevado a tener que “jugar
a ser una deidad”, a decidir a quien se conecta a un respirador, y a quien no,
porque no hay más medios, a repartir la medicación, porque sencillamente no hay
para todos los pacientes, descartando por criterios de edad y perspectiva de
vida, como se clasifica (triage) en
criterios de medicina de guerra, cuando los medios se muestran insuficientes
para las necesidades manifiestas.
La clasificación como personal de
bajo riesgo que hizo en su día la Administración, al comienzo de la crisis del
coronavirus, ha quedado clara e inequívocamente como errónea, con una cifra
aproximadamente de diez mil profesionales de Seguridad Pública y Privada de
baja médica y con bastantes posibilidades de que hayan contraído la enfermedad
hasta el momento, con un número de fallecidos cercanos a veinte personas entre
ambos colectivos a la redacción de este artículo de opinión, sin perder de
vista de que las personas que componen ambos colectivos suman unos doscientos
veinticinco mil profesionales en activo aproximadamente, lo que da una cantidad
estimable de que cerca del 4,5% de la totalidad de profesionales está afectada
por el COVID-19, nada mal para no ser población de riesgo, ¿verdad?.
Cualquier profesional de
Seguridad tiene experiencia en situaciones de riesgo, en las que se ha
enfrentado con mejor o peor resultado contra una o varias personas que
pretendían cometer un ilícito del tipo que fuere, pero ahora, el riesgo es
invisible, ese riesgo lo están afrontando todos los hombres y mujeres que están
saliendo a hacer su trabajo a las calles y edificios de nuestro país, los
miembros de las Fuerzas de Seguridad del Estado, Policías y Guardias Civiles, y
por supuesto, los compañeros de Seguridad Privada de la mejor manera posible,
sin medios de protección que llegaron tarde y a las personas que les llegó, que
en muchos casos han tenido que apañarse por su cuenta y a su cargo económico, y
en algunos colectivos, enfrentándose al riesgo de sanciones por emplear medios
de autoprotección provistos por ellos mismos, algo inconcebible
.
Este tipo de cosas, ejercen un
efecto psicológico importante, y es el miedo, el pánico a que en ese tiempo que
se está fuera de casa en trayecto y ejercicio de la actividad laboral,
contagiarse y volver como ya he citado, a casa con el COVID-19 con el riesgo
para nuestras familias.
No consta que se estén
acometiendo planes de evaluación sobre el estado anímico del personal de
Seguridad Privada, mecanismos de valoración de ansiedad y estabilidad
psicológica frente a la amenaza que hay, literalmente, en el ambiente, desde
que cada persona sale de su casa hasta que retorna a su domicilio, y se está
perdiendo de vista algo importante, y es que si cualquier profesional de
Seguridad tiene como potestad entre otras, para el uso de la fuerza en el
desempeño de su trabajo, y es de especial relevancia que se encuentre en las
condiciones idóneas desde la perspectiva de estabilidad emocional, para que
pueda evaluar y decidir con el mejor criterio posible en el desempeño de su
trabajo, en cualquiera de las situaciones e incidencias que gestionan en sus
actividades.
Mis más sinceras y profundas
condolencias a las familias de los fallecidos en esta gravísima situación que
estamos viviendo en general y en particular, en nuestro país, es una situación
trágica, dantesca, que más de diecisiete mil personas hayan perdido la vida
hasta el momento en una pandemia como esta.
Mi mayor respeto y agradecimiento
a todas las personas que salen a la calle todos los días para mantener un
mínimo de normalidad funcional en nuestra sociedad y en especial, a los
servicios de sanitarios y de seguridad, tanto pública como privada y sin
olvidar a las personas que han aportado su granito de arena, en donaciones,
producción de medios de protección, respiradores, sistemas de apoyo, y todas
esas acciones que han contribuido a salvar vidas en una situación como esta.
ES.
Vigilante de Seguridad.
Jefe y Director de Seguridad.
Especialista Universitario en
Gestión de Emergencias.
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